lunes, 23 de abril de 2012
Senegal, esperando a Godot...
De Senegal conocía muy poco cuando nos llegó la oportunidad de viajar allí para visitar a unos amigos y escaparnos el invierno europeo. Se está empezando a convertir en tradición pasar las Navidades al sol y estrenando bikini, o al menos eso creía yo cuando hicimos las maletas y marchamos rumbo a Dakar en pleno mes de Diciembre para despedir el año en Senegal. Lo primero que nos asombró cuando llegamos a Dakar fue la vida y el ir y venir de gente en el aeropuerto a pesar de ser las 3 de la mañana. Coger un taxi con la certeza de que el vehículo es legal es imposible, una marea de conductores te asaltan a tu llegada para llevarte a tu destino. Nosotros habíamos alquilado un coche pero dadas las horas intempestivas el señor de la empresa de alquiler debió de irse a dormir un rato o a tomar unas copas.
Al día siguiente de llegar partiríamos rumbo al único desierto de Senegal el de Lompoul. Los paisajes hasta allí, a tres horas de la capital aparecían salpicados de Baobabs, pueblos llenos de vida, de vestidos de mil colores de las mujeres que pasean cubriéndose la cabeza, niños que juegan en campos improvisados de fútbol y hombres que como en casi toda África no hacen nada más que esperar (que esperarán?) en las puertas de sus casas. En Lompoul sólo puedes alojarte en dos campamentos con tiendas beduinas como el Camp du Desert en donde pasar la noche amenizada por los grupos de percusión locales (Senegal es conocido por su cultura musical) y degustar un cous-cous delicioso. Para ver el desierto desde otra dimensión pueden hacerse breves excursiones en camello o pasear a pie por las dunas que llenan el horizonte y nos regalan postales de luces y sombras imposibles.
Senegal tiene también ciudades coloniales como la que un día capital de la colonia francesa, la hoy decadente y pescadora St Louis. Merece la pena pasar una tarde recorriendo sus calles plagada de ejemplos de arquitectura colonial, de mezquitas y madrasas que desprenden un cántico continuo y monótono. Desde St Louis los amantes de la naturaleza y sobre todo de las aves no pueden perderse el Parque Nacional de Djoudj, la segunda colonia de pelícanos más grande del mundo.
Y para terminar el viaje nada mejor que unos días en la playa. Descubrimos en la playa de Toubab Dialao un hotel único en el mundo, Sobo Bade. El dueño es un francés que llegó hace 20 años a este lugar de la Petite Cote de Senegal y a base de tesón construyo una especie de refugio de los hobitt que hoy es centro imprescindible de reunión de los amantes de la percusión y la música senegalesa. ADemás de alojamiento y unas vistas espectaculares desde las hamacas que dan al mar el Sobo BAde se ha convertido en lugar de reunión de gentes locales y extranjeros que celebran cada fin de semana workshops de música y lucha tradicional.
Podría terminar mi post aquí pero dejaría fuera algo que llamará la atención de cualquier viajero sobre todo del que no sea un aguerrido mochilero del "todo por mi cuenta y en régimen de nada incluido". Y es que en Senegal también asombra como estas escenas bellas de la cotidianidad y sus paisajes son invadidos por la basuras, los plásticos forman parte de estas estampas y uno se pregunta donde meten los cubos, por qué cualquier espacio se convierte en vertedero, si existirá un servicio de recogida y si a sus habitantes les importa algo vivir entre tanta suciedad o han acabado resignándose. Si uno obvia tanto deshecho es fácil encontrar la belleza en cada rincón de este maravilloso país construido sobre todo a base de sonrisas y esperanza de gente maravillosa y con rincones sorprendentes.
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